Cuenta la leyenda que Abdalá y Omar eran dos arquitectos
musulmanes que trabajaban en Teruel a principios del siglo XIV. Los cristianos de la villa
querían levantar para las iglesias de San Martín y El Salvador sendas torres adosadas, y les
encomendaron a los dos alarifes su construcción. Iban a ser magníficas: la pericia de los
mudéjares para la albañilería era conocida y apreciada en todo el reino.
Y quiso el
destino (o el amor: no podía ser de otra manera en esta ciudad) que una hermosa mora se
cruzara en el camino de los maestros. Zoraida era pretendida por los dos, pero a la muchacha
le gustaban ambos y no se decidía. Entonces se le ocurrió al padre de la joven intervenir;
les propuso que la mano de su hija sería para quien alzara la torre más bella en menor
tiempo. Los tres expresaron su acuerdo, y comenzaron las tareas.
Pasaron los meses.
Los dos edificios, casi gemelos, se elevaban cubiertos por lonas, andamios y cañizos. Omar
había terminado su obra el primero; llegó el momento de ofrecer orgulloso su maravillosa
atalaya a todos los turolenses. Pero el deslumbramiento duró unos segundos. La torre de San
Martín estaba levemente torcida. El enfurecido Omar subió las escaleras de tres en tres,
trepó a lo más alto y desde allí se precipitó a la calle.
Unos días después,
cuando Zoraida y Abdalá, unidos ya en matrimonio, se deleitaban con las vistas en el
campanario de El Salvador, dejaron escapar un suspiro de melancolía al contemplar la torre
del rival.